A continuación, se acerca el Cristo de los Milagros, serena compañía de los reos condenados a muerte, foco de tantos ojos sentenciados, algunos incluso inocentes y ahora compañía de los más jóvenes que inician su eterno romance con la Semana Santa. Suyo es el futuro y nuestra la responsabilidad de que el árbol no solo crezca recto sino que también tenga fuertes raíces afianzadas a la tierra y a la fe. Qué mejor manera que enseñarles ante esta figura sobria, con una piel blanca teñida de sangre a borbotones signo inconfundible de cuantos avatares desagradables nos aguardan, pero también de la presencia del Salvador que estará junto a nosotros hasta la eternidad.
Y finalmente, Misericordia, ahora más necesaria que nunca, en este mundo en el que cualquier chispa crea un infierno, en el que la más mínima disputa se convierte en una guerra insalvable, en el que los hombres han perdido el sentido por no dirigir sus ojos hacia ella. Esa Madre que está aceptando la Pasión del Señor pero que no está resignada, pues le acompaña limpiando hasta la última gota de su sangre, pues tras el solo ofrece consuelo y perdón al Hijo y perdón hacia los que con el se ensañan, lo azotan, se mofan de Él, se reparten sus ropas y le crucifican. Quizás debemos ser un poco más como María, abrazando la fe inquebrantable con la mirada puesta en la salvación después de la muerte y la salvación también en la vida, porque cuántas disputas nos llevan a crear infiernos tanto para nosotros mismos como para los que nos rodean. Misericordiosos también los sones de la Banda de la Diputación, que mecen suavemente el enorme palio que protege a María Santísima, que viste su llanto de alivio y del calor de los hermanos de carga que la abrazan llevándola con sus hombros por nuestra ciudad.
El mensaje evangélico de este desfile es tan profundo y tan necesario, que resulta ineludible detenerse ante los tres pasos que procesionan, reflexionar sobre lo que llevan en los hombros los hermanos y ver que nuestra sociedad se acerca muchas veces al abismo ante el vacío de Dios, ante la serenidad extraviada por tantos corazones y mentes desbocadas que hay en este camino del Calvario que es la vida, donde las innumerables dificultades se ven aliviadas por ángeles apostados en la linde del sendero.
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