Martes Santo: Cristo del Amparo

En el ocaso del Martes Santo se detiene el tiempo en la ciudad. Las manecillas del reloj se aletargan deseando que los minutos transcurran a velocidad de óleo mientras el Cristo del Amparo, comienza a dar sus primeros pasos tras la Ermita que lleva su nombre. El silencio pasa entre la multitud como si fuera un fantasma, apagando como una caricia suave pero fulminante el murmullo de cientos de almas que aguardan la presencia del Señor con la Cruz a cuestas.

Paso firme y decidido, acompasado y perfecto, lleva el Cristo del Amparo cuando desciende la Montaña. En frente, le aguarda una ciudad vestida de cobre viejo, centenarias piedras colocadas una a una únicamente para servir de espejo a su sombra que se proyectará en su omnipresencia divina por cada una de sus caras y fachadas.

Calle Caleros, corazón de Cáceres donde aguardan los saeteros, balcón de la oración cantada hacia los cielos, voz desgarrada del Borrasca y un lucero, que con su tierna pero dolorosa mirada camina entre cientos, consuelo de los tormentos. También Peralta, voz joven, limpia y entregada, derrama su oración sobre el Salvador que continúa con el único compás de un puñado de horquillas y un tambor destemplado.

Más adelante, el campanario de Santiago le recibe cual si fuera su retablo. La Cofradía del Nazareno, le da la bienvenida a la ciudad con plegarias por los que sufren y los desfavorecidos. A partir de aquí, la única compañía del Señor será la luna y sus hermanos, que pasarán penitentes por Santa María.

Marca el reloj del Ayuntamiento la una y veinticinco minutos de la madrugada cuando todo se detiene, cada rincón se cristaliza y solo Él se mueve, ascendiendo en un último esfuerzo sobre esos Adarves cacereños. Camino del Gólgota, por fin llega a San Mateo en Adaggio en G menor. Todo se ha cumplido y se ha consumado aquí, en el lugar donde se forjan los sueños de la Semana Santa.

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