Jesús crucificado, Cristo del Refugio amparo de tantos que tres siglos se postran ante ti y honran tu memoria cada domingo en la Eucaristía. Clavado en un madero en soledad, desprendido de toda dignidad, el Dios, hecho hombre, se ha entregado para la salvación de otros. Ha demostrado a siglos de generaciones que el cielo solo se alcanza en la tierra con misericordia, con compasión, con templanza y con la mirada puesta siempre en ese Cordero postrado en un madero, humillado como un criminal aun siendo inocente, sufriendo toda la pasión desterrando cualquier resquicio del odio que consume la tierra.
Tras él, siempre su Madre, rostro de nácar empañado por lágrimas, mayor dolor de hasta siete dagas que atraviesan su cuerpo y por las que la llaman María Santísima de los Dolores. Pero su impotencia es sumisa, contemplativa de la pasión pero siempre auxilio a la mirada del Señor, consuelo y compañía del Padre del cielo durante toda su vida, pero especialmente ante la injusticia y el dolor.
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