Sábado de Pasión: Cristo de la Victoria

Cuando se agota al fin la espera de un año, tras miles de horas suspirando por la llegada de este momento, el Barrio de la Mejostilla aguarda el Sábado de Pasión el inicio de la Semana Santa en un prólogo digno de la gran obra que se escribe en Cáceres durante 9 maravillosos días. La Parroquia de San Juan Macías, se entrega de nuevo por completo a su Cristo, el Cristo de la Victoria, que un año más iba a atravesar la ciudad no solamente físicamente, sino también espiritualmente, atravesándola imparable, paseando la catequesis de la Pasión descrita en su cuerpo con rasgos implacables.

Los contraluces, las sombras reflejándose en el puente y un Dios, hecho hombre, que camina por los cielos, congregan a la salida del cortejo a cientos de fieles dispuestos a contemplar el milagro de nuevo. Y este Jesucristo cacereño, les tiende a todos ellos su mano, ese cáliz que comparte en el día a día con nosotros pero que hoy, en su presencia, se convierte en gloria bendita, en salvación conquistando cientos de corazones rebosantes de fe que ante su presencia se conmueven y se consuelan.

Y tras el baño de luz y color, contrastado con las sombras y las siluetas, se apaga el día y se descubre la oscuridad al tiempo que las fachadas blancas de cal se vuelven de piedra rojiza. Lejos de su barrio, es la Corporación hermana de Jesús Condenado la que, siempre hospitalaria, recibe al Señor en la Plaza Mayor ya bien entrada la tiniebla, pues es la Pasión del Señor la que se acerca.

El largo sendero dominico, se adentra en la historia, abre el libro de las escrituras y lo cuenta con ternura a medida que avanza por el Arco de la Estrella y culmina el primer acto en la Plaza de Santa María con los sones de la Banda del Humilladero.

El sábado de Pasión se apaga mientras que nuestro espíritu ordena todas las sensaciones recogidas por nuestros sentidos, con el olor de esa primera nube de encienso ante el paso de Cristo, o el precioso exorno floral del Señor que nos embriaga con ese dulce aroma, con esos oídos que se han sobresaltado ante el toque del tambor, pero que se han sobrecogido con el magnífico solo acompañado de una eterna melodía, o el tacto de los enseres, fríos en este inicio pero calientes cuando la saeta de un niño nos ha enmudecido a todos al inicio. Y finalmente nuestros ojos, atónitos ante todo el contraste de luz y de sombra, de color y de oscuridad que los ha preparado ya para la gloria, que ha pasado ante sus ojos y permanecerá, ante nosotros, por nueve jornadas de oro.

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