Reportaje sobre la Capilla del Nazareno

Corría el año de 1609. Reinaba en España el monarca Felipe III, llamado “El piadoso” por su indudable inclinación hacia la religiosidad, en muchas ocasiones, más que a los asuntos de Estado, los cuales prefería delegar en las manos de sus validos, el duque de Lerma primero y, una vez destituido éste, el duque de Uceda. Precisamente fue en este año cuando el católico monarca dictamina la expulsión de los moriscos de todo el territorio del reino español por diferentes motivos, entre los que no faltaron los económicos, los políticos, los sociales o los religiosos.
Gobernaba la nave de Pedro en Roma su Santidad el Papa Paulo V, gran mecenas de las artes y de la cultura. La Iglesia se centraba en seguir aplicando sobre sus diócesis y territorios los decretos aprobados en el Concilio de Trento y por imprimir en el clero y en el pueblo fiel una religiosidad más espiritual, formada y sincera y ello pasó por una renovación de la escolástica medieval hacia un humanismo escolástico que, en gran medida, se forjó en las universidades españolas y que hacían de la teología un servicio para la instrucción religiosa del pueblo y de la predicación.




Gracias a la reforma tridentina, se da un nuevo impulso a la liturgia, a la devoción a la Eucaristía, al culto de los santos y la frecuencia de los sacramentos, a los ejercicios de piedad y a otras devociones populares. Era un nuevo tiempo el que se vivía en el seno de la Iglesia que alimentó nuevos aspectos de devoción. Volvían a ponerse en boga las peregrinaciones, las Procesiones solemnes, las manifestaciones multitudinarias religiosas, el aprecio por las reliquias o los lugares de culto. Se multiplican las Cofradías y las hermandades y se renuevan las prácticas de la flagelación en público o en privado. Se produce, por tanto, una nueva vitalidad del catolicismo que, a mediados de siglo, cambiará de manera radical, sobre todo a partir de la guerra con Portugal en 1640 y la Paz de Wetfalia de 1648, a una etapa de decadencia, de crisis social y cansancio espiritual que serán el pórtico de lo que se vivirá en el siglo XVIII con el Racionalismo y la Ilustración. 

Ya en Cáceres, mientras estos hechos sucedían en la vieja Europa, en la Parroquia de Santiago el Mayor, sobrevivía la antigua Cofradía de Nuestra Señora de la Misericordia, fundada de manera oficial en 1464 para la atención a pobres, dar cristiana sepultura a los más desfavorecidos, así como acompañar en la ejecución a los reos y atender sus inhumaciones, exequias y sufragios junto a la Cofradía de la Paz y de la Caridad. Para tal fin empleaban una Imagen de un crucificado, de pequeño tamaño para esta función, conocido popularmente con la advocación de los Milagros y que hoy día se conserva en la Capilla de Jesús Nazareno. Como decimos, hasta la llegada de la Imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la vieja cofradía de la Misericordia vivía languideciéndose lentamente, limitándose solamente a cumplir con los enterramientos de los cofrades y celebrar su Fiesta el día de la Purísima. Pero fue la visita pastoral del nuevo Obispo de Coria, el placentino D. Pedro de Carvajal y Girón a la Parroquia de Santiago la que motiva por su mandato el encargo de una Imagen de Jesús con la Cruz a cuestas para la procesión de los Nazarenos que se celebraba en la Semana Santa cacereña. Entonces, ostentaba la mayordomía de la Cofradía D. Francisco Martín Ojalvo y, quién sabe, si dicha iniciativa se propició por la donación testamentaria del indiano cacereño Juan Martínez de 400 reales para dicha Cofradía, como tiene documentado el historiador cacereño Serafín Martín Nieto, estudioso en profundidad de la capilla que hoy nos ocupa y de las cofradías en general de la capital cacereña.

El encargo de la Imagen del Señor de Cáceres supuso un revulsivo para la histórica cofradía de la Misericordia. En primer lugar, fue una constatación de los aires nuevos de la Contrarreforma que en la religiosidad popular se querían proponer por parte de la jerarquía eclesiástica, donde se pretendían abandonar antiguas prácticas, dar un impulso nuevo y servir de instrumento evangelizador de una sociedad que cada vez más asistía al florecimiento de nuevas herejías dentro del cristianismo. La venida del Señor a Cáceres supuso el cambio de la antigua cofradía medieval de la Misericordia a la cofradía barroca de Nuestro Padre Jesús Nazareno que será la que conozcamos hoy día. Y como todos sabemos, gracias al milagro del genio creador de las manos de Tomás de la Huerta, desde aquel bendito año de 1609, la ciudad de Cáceres comenzará a rezarle a Dios a través de la Imagen que residirá para siempre en la Parroquia del señor Santiago, con un nombre, Nazareno, que vivirá en la capilla fundada por el canónigo Cabezalbo para su descanso eterno y en la que se entronizó la efigie mariana de la Cofradía.
Pasan los años y la devoción por la bendita Imagen del Señor va creciendo lentamente entre los cacereños, sin distinción de clase o estado. Todos por igual centran sus ojos y oraciones en el humilde Jesús que desde su capilla de la parroquia de Santiago consuela con su mirada los corazones de los que hasta sus plantas acuden para implorar su protección y favor. Sumamos años, nos encontramos ya a mediados del siglo XVIII, la devoción a la singular Imagen cobró un insólito protagonismo. De hecho, como nos dice el referido historiador que hoy nos acompaña, sus cultos eclipsarán a los de la secular titular de la Cofradía, Nuestra Señora de la Misericordia. Este fervor popular se manifestaba de muy diversas maneras: mujeres que por promesa vestían el hábito nazareno y se amortajaban con él, numerosas solicitudes de prendas que habían estado en contacto con la Imagen para paliar los problemas de salud, Misas y sufragios por las almas de hermanos y devotos fallecidos o solicitudes de ser enterrado lo más cerca posible del que fue durante muchos años, su alivio y consuelo.
Por todo ello se hacía necesaria la construcción de un nuevo espacio en el que dar respuesta a tantas y tantas muestras de devoción hacia el Nazareno de Cáceres. Es por ello que la entonces directiva de la Cofradía, encabezada por su Mayordomo D. José Paredes solicitan al Obispado la autorización para la construcción de un Camarín, una autorización que había sido solicitada con anterioridad pero que dado el fallecimiento del Obispo no fue otorgada. La sede seguía vacante y dicha petición se eleva al entonces administrador diocesano, canónigo de la Catedral de Coria, el cacereño Manuel Felipe Varela, quien aprueba dicha construcción para beneficio de los devotos del Señor y de toda la villa de Cáceres. Los fondos para iniciar la construcción de dicho camarín provendrán de los propios de la Cofradía y de las donaciones que para tal fin hicieran los cacereños. Las obras duraron, como apunta Martín Nieto, desde el 11 de junio de 1784 al 15 de julio de 1786 y el importe de la misma ascendió a 16.926 reales y 31 maravedís.

El Señor ya tenía su capilla para recibir a sus hijos. Una construcción sencilla, humilde, como los cacereños, pero muy digna para albergar a una de las devociones más importantes de la ciudad. Cáceres saldaba su deuda con su Nazareno al costearle una digna morada, de la cual hoy solo nos queda el recuerdo, unas pocas fotografías y el ajuar litúrgico que la completaba, repartido por los diferentes altares de la parroquia de Santiago o custodiado en la Casa de Hermandad de esta centenaria Cofradía.

Amor, fervor, devoción... construidos sobre la roca firme de la fe en la expresiva Imagen del Nazareno y plasmado en los muros de una capilla que los avatares del tiempo nos arrebataron en los años 80 del pasado siglo XX. Pero nuestra fe no entiende de espacios o rincones porque Dios es más grande que todo esto, y así, aún despojado de su hermosa capilla por inexplicables razones humanas, hoy, nuestra devoción al Señor de Cáceres sigue tan viva como ayer, quizás en menor número, pero tan sincera y verdadera, que sigue haciendo de la Parroquia de Santiago y de la pequeña capilla del Nazareno, uno de los lugares más sagrados en los que se custodia la fe de un pueblo, que día a día, viernes tras viernes, generación tras generación, acude a implorar al que todo lo puede, al consuelo de sus penas, al motivo de sus alegrías, esperando deseosos, una nueva madrugada y amanecer de Viernes Santo en el que la corneta y la voz desgarrada del saetero anuncien que Dios va camino del Calvario y Cáceres viva emocionada y en silencio las últimas horas de un Dios encarnado, que con su subida al madero santo de la Cruz grite basta al imperio del pecado y de la muerte que nos dominaba y con su muerte y resurrección selle para siempre la nueva Alianza que un día, el Padre contrajo con su criatura más preciada: el hombre, nosotros.

Texto introductorio al vídeo: Ricardo Fernández Hernández. Tomando como fuente los estudios e investigaciones de Serafín Martín Nieto.





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