
Gobernaba la
nave de Pedro en Roma su Santidad el Papa Paulo V, gran mecenas de las artes y
de la cultura. La Iglesia se centraba en seguir aplicando sobre sus diócesis y
territorios los decretos aprobados en el Concilio de Trento y por imprimir en
el clero y en el pueblo fiel una religiosidad más espiritual, formada y sincera
y ello pasó por una renovación de la escolástica medieval hacia un humanismo
escolástico que, en gran medida, se forjó en las universidades españolas y que
hacían de la teología un servicio para la instrucción religiosa del pueblo y de
la predicación.
Gracias a la
reforma tridentina, se da un nuevo impulso a la liturgia, a la devoción a la
Eucaristía, al culto de los santos y la frecuencia de los sacramentos, a los
ejercicios de piedad y a otras devociones populares. Era un nuevo tiempo el que
se vivía en el seno de la Iglesia que alimentó nuevos aspectos de devoción. Volvían
a ponerse en boga las peregrinaciones, las Procesiones solemnes, las
manifestaciones multitudinarias religiosas, el aprecio por las reliquias o los
lugares de culto. Se multiplican las Cofradías y las hermandades y se renuevan
las prácticas de la flagelación en público o en privado. Se produce, por tanto,
una nueva vitalidad del catolicismo que, a mediados de siglo, cambiará de
manera radical, sobre todo a partir de la guerra con Portugal en 1640 y la Paz
de Wetfalia de 1648, a una etapa de decadencia, de crisis social y cansancio
espiritual que serán el pórtico de lo que se vivirá en el siglo XVIII con el
Racionalismo y la Ilustración.
Ya en Cáceres, mientras
estos hechos sucedían en la vieja Europa, en la Parroquia de Santiago el Mayor,
sobrevivía la antigua Cofradía de Nuestra Señora de la Misericordia, fundada de
manera oficial en 1464 para la atención a pobres, dar cristiana sepultura a los
más desfavorecidos, así como acompañar en la ejecución a los reos y atender sus
inhumaciones, exequias y sufragios junto a la Cofradía de la Paz y de la
Caridad. Para tal fin empleaban una Imagen de un crucificado, de pequeño tamaño
para esta función, conocido popularmente con la advocación de los Milagros y que
hoy día se conserva en la Capilla de Jesús Nazareno. Como decimos, hasta la
llegada de la Imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la vieja cofradía de la
Misericordia vivía languideciéndose lentamente, limitándose solamente a cumplir
con los enterramientos de los cofrades y celebrar su Fiesta el día de la
Purísima. Pero fue la visita pastoral del nuevo Obispo de Coria, el placentino
D. Pedro de Carvajal y Girón a la Parroquia de Santiago la que motiva por su
mandato el encargo de una Imagen de Jesús con la Cruz a cuestas para la
procesión de los Nazarenos que se celebraba en la Semana Santa cacereña.
Entonces, ostentaba la mayordomía de la Cofradía D. Francisco Martín Ojalvo y,
quién sabe, si dicha iniciativa se propició por la donación testamentaria del
indiano cacereño Juan Martínez de 400 reales para dicha Cofradía, como tiene
documentado el historiador cacereño Serafín Martín Nieto, estudioso en
profundidad de la capilla que hoy nos ocupa y de las cofradías en general de la
capital cacereña.
El encargo de la
Imagen del Señor de Cáceres supuso un revulsivo para la histórica cofradía de
la Misericordia. En primer lugar, fue una constatación de los aires nuevos de
la Contrarreforma que en la religiosidad popular se querían proponer por parte
de la jerarquía eclesiástica, donde se pretendían abandonar antiguas prácticas,
dar un impulso nuevo y servir de instrumento evangelizador de una sociedad que
cada vez más asistía al florecimiento de nuevas herejías dentro del
cristianismo. La venida del Señor a Cáceres supuso el cambio de la antigua
cofradía medieval de la Misericordia a la cofradía barroca de Nuestro Padre
Jesús Nazareno que será la que conozcamos hoy día. Y como todos sabemos,
gracias al milagro del genio creador de las manos de Tomás de la Huerta, desde
aquel bendito año de 1609, la ciudad de Cáceres comenzará a rezarle a Dios a
través de la Imagen que residirá para siempre en la Parroquia del señor
Santiago, con un nombre, Nazareno, que vivirá en la capilla fundada por el
canónigo Cabezalbo para su descanso eterno y en la que se entronizó la efigie
mariana de la Cofradía.

Por todo ello se
hacía necesaria la construcción de un nuevo espacio en el que dar respuesta a
tantas y tantas muestras de devoción hacia el Nazareno de Cáceres. Es por ello
que la entonces directiva de la Cofradía, encabezada por su Mayordomo D. José
Paredes solicitan al Obispado la autorización para la construcción de un
Camarín, una autorización que había sido solicitada con anterioridad pero que
dado el fallecimiento del Obispo no fue otorgada. La sede seguía vacante y
dicha petición se eleva al entonces administrador diocesano, canónigo de la
Catedral de Coria, el cacereño Manuel Felipe Varela, quien aprueba dicha
construcción para beneficio de los devotos del Señor y de toda la villa de
Cáceres. Los fondos para iniciar la construcción de dicho camarín provendrán de
los propios de la Cofradía y de las donaciones que para tal fin hicieran los
cacereños. Las obras duraron, como apunta Martín Nieto, desde el 11 de junio de
1784 al 15 de julio de 1786 y el importe de la misma ascendió a 16.926 reales y
31 maravedís.
El Señor ya
tenía su capilla para recibir a sus hijos. Una construcción sencilla, humilde,
como los cacereños, pero muy digna para albergar a una de las devociones más
importantes de la ciudad. Cáceres saldaba su deuda con su Nazareno al costearle
una digna morada, de la cual hoy solo nos queda el recuerdo, unas pocas
fotografías y el ajuar litúrgico que la completaba, repartido por los
diferentes altares de la parroquia de Santiago o custodiado en la Casa de
Hermandad de esta centenaria Cofradía.
Amor, fervor,
devoción... construidos sobre la roca firme de la fe en la expresiva Imagen del
Nazareno y plasmado en los muros de una capilla que los avatares del tiempo nos
arrebataron en los años 80 del pasado siglo XX. Pero nuestra fe no entiende de
espacios o rincones porque Dios es más grande que todo esto, y así, aún
despojado de su hermosa capilla por inexplicables razones humanas, hoy, nuestra
devoción al Señor de Cáceres sigue tan viva como ayer, quizás en menor número,
pero tan sincera y verdadera, que sigue haciendo de la Parroquia de Santiago y de
la pequeña capilla del Nazareno, uno de los lugares más sagrados en los que se
custodia la fe de un pueblo, que día a día, viernes tras viernes, generación
tras generación, acude a implorar al que todo lo puede, al consuelo de sus
penas, al motivo de sus alegrías, esperando deseosos, una nueva madrugada y
amanecer de Viernes Santo en el que la corneta y la voz desgarrada del saetero anuncien
que Dios va camino del Calvario y Cáceres viva emocionada y en silencio las
últimas horas de un Dios encarnado, que con su subida al madero santo de la
Cruz grite basta al imperio del pecado y de la muerte que nos dominaba y con su
muerte y resurrección selle para siempre la nueva Alianza que un día, el Padre
contrajo con su criatura más preciada: el hombre, nosotros.
Texto introductorio al vídeo: Ricardo Fernández Hernández. Tomando como fuente los estudios e investigaciones de Serafín Martín Nieto.
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