Tras dos largos años de pandemia, los cofrades de Cáceres pudimos volver a sentir las sensaciones de ver a Cristo recorrer nuestras calles. Si bien es cierto que no era la primera procesión que presenciábamos en nuestra ciudad tras el parón, Jesús Nazareno es esa imagen capaz de llenarlo todo. Es el psicólogo de muchos cacereños que tan solo con hacerse presente ya consigue remover todos los adentros de un ser humano y ponerlo todo en orden. Es capaz de convocarnos al reencuentro, de conjugar la felicidad y la tristeza en un fuerte sentimiento comunitario de amor y recuerdo y, en definitiva, de devolvernos la fe de esa manera distinta en la que la vivimos los cofrades, sabiendo que Dios esta en la Eucaristía cuando lo tocamos y se nos hace presente pero que cuando camina, entre tanta gente y cruza una mirada... desde luego desata todas las emociones del ser humano en un torrente de lágrimas, de nudo en la garganta, de ternura, de temblor en los labios y del escalofrío que recorre cada centímetro de la piel al volver a verle posando sus ojos sobre ti, haciéndote sentir especial como a tantos que tienen el privilegio de presenciarle como cofrade cacereño, que guarda en ese contacto efímero seis siglos de fe de miles que pasaron antes.
Partía la procesión desde el cementerio, en un acto de recuerdo a las víctimas que sirvió también de reconciliación con nosotros mismos. Lo que hemos vivido ha sido la mayor tragedia que hemos presenciado en este nuevo milenio y desde luego algo dentro de nosotros había quedado destrozado ante tanta desgracia de vidas perdidas, muchos de ellos familiares, amigos... de sufrimiento, de problemas económicos... Todo ello pasó ayer ante nuestros ojos en la explanada del cementerio mientras el Nazareno se hacía presente a los sones de la Banda de la Misericordia. Encontrábamos también allí a varios de sus hijos predilectos como Juan Corrales El Borrasca o Santano, que no quisieron perderse a Jesús al que tantas veces han honrado y a los que ayer renovaba fuerzas deteniéndose a su lado.
Ya saliendo del cementerio, el Señor dejaba estampas únicas, juegos de contrastes y de colores con los árboles centenarios de testigos, con el atardecer cacereño tiñendo el cielo anaranjado y un calor candente, como cuando se reavivan las brasas que parecían frías al colocarle un tronco inerte sobre la ceniza y que con una suave brisa, como si un alma las atravesara de nuevo, poco a poco desatan pequeñas llamas que en tan solo minutos caldeaban el ambiente. Lástima que tras pasar el recinto de la cruz roja se distorsionara un poco esta magia al mezclarse con los sonidos de un concierto que se desarrollaba al mismo tiempo en Valhondo, que provocaba una vuelta a la realidad junto a un frio tremendo que se hacía presente. Ello, unido a la lógica de hacer procesiones por estas fechas, dejaba otra estampa peculiar, del paso con un feliz Navidad como telón de fondo, recordándonos a los cofrades que los intrusos de estas fechas y en esta ocasión somos nosotros.
Había que esperar a que Jesús llegara a San Blas para recuperar sensaciones, dejándonos de nuevo una imagen irrepetible bajo el marco de dicha iglesia y recorriendo calles que son granero de hermanos de la Cofradía. Delicias para gustos refinados dejaba también el Nazareno entrando en su barrio, por calles estrechas y balcones de familias a rebosar de familias y amigos que no querían dejar pasar la oportunidad de ver a Cristo desde tan privilegiada perspectiva. Ya en la audiencia, precisamente la Cofradía que ha tenido el privilegio de abrir las procesiones a las calles tras la pandemia, Jesús Despojado, hacía una recepción al Nazareno, colocándose de nuevo ambas imágenes frente a frente tras aquellos primeros días juntos en Santiago. Las hermanas de la obra de amor ponían sus cantos celestiales a otro instante único, como el de ver pasar al Nazareno por esta plaza, llenándola toda ella con su presencia.
Muñoz Chaves y la Plaza del Duque nos traían unos últimos recuerdos de madrugadas frías, de túnicas, de capas, de cruces de Santiago en este frágil equilibrio en el que nos mantenemos bajo la incertidumbre de si volveremos a ver la Semana Santa este año que viene, porque en definitiva también estábamos en rogativas por el fin de la pandemia, lo que nos indica que aunque el consuelo estaba presente, necesitamos su fuerza para finiquitarla definitivamente.
Finalmente, tras el recibimiento de las Cofradías de la Sagrada Cena y Guadalupe del Vaquero, el Palacio de Godoy y la fachada de Santiago nos traían de vuelta a la realidad y a lo cotidiano con estampas más familiares aunque, curiosamente, bajo tan imponentes estructuras solemos ver a Nuestro Padre con las claras del día y no con la tez parduzca que tienen en la noche. Viéndole entrar en Santiago con la voz de Galiche, era como rebobinar la cinta de una madrugada en un mes de noviembre, añorando que nos devuelva esos recuerdos de madrugadas frías pero felices, atenuadas por ese calor que solo Él hace llegar a nuestros corazones.
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